Hace algunos años mi esposo y yo (recién casaditos) decidimos hacer una ruta de senderismo con unos amigos; cabe recalcar que algunos de ellos habían intentado hacer ese “hike”previamente y no habían tenido éxito. Imagino que imaginas a donde va esta bella anécdota. Así es, nos tomo dos horas de hike para darnos cuenta que estábamos perdidos, y otras 6 horas para salir de ese lugar. Me ahorraré todos los detalles (porque son muchísimos) pero recuerdo que como para la cuarta hora nos dimos cuenta que no nos quedaba mucha agua. Intentamos estirar lo poco que nos quedaba, y de echo no nos la acabamos, pero no necesariamente porque no teníamos sed, más bien fue porque nos daba miedo la idea de quedarnos completamente sin agua y perdidos en medio de la nada. Cuando por fin logramos encontrar a alguien que nos sacara de allí. Lo primero que pregunte fue si nos podrían regalar un poco de agua. El señor que por cierto se encontraba quemando no se que (absolutamente sacado de una película de miedo) super amable me apunto hacia el tinaco donde la tenían guardada, corrí, me serví en mi termo, y recuerdo ese trago. GLORIOSO TRAGO. Ese trago ha sido el trago más dulce y que me ha dado mas satisfacción en mi vida. No creo poder terminar de describírtelo, pero lo comparo un poco como cuando estaba en 7 cm de dilatación a punto de traer al mundo a mi segundo hijo y entro el anestesiólogo al cuarto a ponerme la epidural, ¡si más o menos algo así!
Esta temporada de mi vida espiritual tiene muchos paralelos con esa experiencia. Específicamente la parte cuando me di cuenta que aún faltaba lo mas difícil y ya no podia tomar agua con tanta libertad. Te explico, estos últimos años he vivido muchas cosas que han golpeado muy cerca de traumas religiosos que yo ya venia cargando desde mi infancia. Mi primer instinto al empezar a ver estos sucesos fue retraerme, decir no necesito estar “tan” involucrada. Unos pasitos hacia atrás no le harán mal a nadie. Vamos cuidando mi corazón y a mi familia. Realmente mi intensión no fue la incorrecta y dado a que mi temporada de vida requería que yo dedicara mi tiempo a mis dos pequeños, fue muy fácil tomar esas decisiones. La situación no fue mi alejamiento de la iglesia, la situación es que también di pasos hacia atrás en mi relación con Dios. Me sentía traicionada y a la vez me sentía perdida. En vez de buscar consuelo y claridad en Su Presencia, la resentí.
Han sido casi dos años y yo apenas hoy sentada en esta computadora escribiendo esto es que me doy cuenta que al yo querer castigar a Dios por mi dolor solo me ocasione mas dolor. Intente regresar a Su Presencia en multiples ocasiones, intentaba intimar con Dios, intentaba adorar, intentaba leer Su Palabra, pero me sentía bloqueada, incapaz de “llegar al trono de la gracia”. Durante este periodo conocí la ansiedad a su máximo esplendor, conocí una profunda tristeza, conocí los paros emocionales, encare la toxicidad que había en mi manera de relacionarme con otros y me esperanzaba en lo poco que mi espíritu tenia en su reserva. Decía al menos aún no estoy completamente vacía.
Escribo esto porque hoy entiendo que por mucho tiempo sentía culpa de la sequía que estaba viviendo mi alma. Sentía culpa de no poder acercarme a Dios cómo pensaba que tenia que hacerlo. Sentía tanta culpa de que los primeros años de la vida de mis hijos les estaba dando todo lo que espiritualmente había en mí y sentía que me estaba quedando vacía. Realmente los pensamientos con los que lidiaba me decían cosas como “cuando tu quieras, eh”, “Dios esta esperando a que te pongas pilas”, “la única que te tiene aquí eres tu”. Y esta semana me di cuenta que esa era tan solo la voz de la religiosidad y auto-condenación que estaba permitiendo que me atormentaran.
Hace unos días en uno de mis “intentos” escuche claramente como el Espíritu Santo me decía que yo no puedo controlar esta sequía cómo tampoco puedo controlar la lluvia. No puedo decidir cuándo vamos a experimentar la plenitud de Sus promesas así como tampoco puedo decidir que se ponga una nube encima de mi y riegue la aridez de mi corazón.
Fue esa misma voz que hace uno días me dijo, que lo que yo pensé que era un proceso donde Dios me estaba dejando tocar fondo, solo era una cita para reconquistar mi corazón. Dios, en medio del desierto tenia una cita conmigo, con mis demonios, con mis debilidades, y con todo lo que la sequía podía sacar de mí.
«Pero luego volveré a conquistarla. La llevaré al desierto y allí le hablaré tiernamente. Le devolveré sus viñedos y convertiré el valle de la Aflicción en una puerta de esperanza. Allí se me entregará como lo hizo hace mucho tiempo cuando era joven, cuando la liberé de su esclavitud en Egipto. Al llegar ese día—dice el Señor— me llamarás “esposo mío” en vez de “mi señor” Oseas 2:14-16 NTV
Nota del Autor: La foto de portada de este blog fue un arcoíris random que salió antes de terminar de anochecer aquel día en nuestro senderismo fallido. Quién iba a pensar que 5 años después esa sería la señal de que el agua viene en camino. No sabia que este blog iba a terminar así cuando lo empece a escribir. Escribiré una segunda parte, por que aún hay mucho que contarte sobre de esto.